miércoles, 17 de septiembre de 2008

SUEÑOS DE CABALLERO

Esta es la historia de un hombre, poco común entre el común de la gente, tan sincero como tonto y tan tonto como todo soñador.

Pues en las noches de luna, en que su luz plata ilumina la tristeza de sus ojos y, mientras el conversar de la soledad gratifica su dolor y el cantar del silencio hiere sus tímpanos, una gota de esperanza se anida en su alma, porque si bien no la tiene a su lado, al menos sabe que ella existe en la distancia y la siente en su corazón.

La lejanía exaspera su amor prisionero tras los barrotes de su pena. Más él visita a su amada, trasponiendo auque sólo sea en quimeras, las montañas, los bosques y la inmensidad del mar. Pues, dentro de su corazón él sabe, ciertamente que, durante su sueño, en el dulce lecho en que tan preciosa dama reposa, ella siente la presencia y el aliento de aquel hombre que por ella vive y que por ella poco a poco se muere.

El arte de amar no conoce de profundidad de precipicios ni altura de cimas; porque el amor sabe de descensos y también conoce de alas. Y si debe volar migrando sus sentimientos, habrá de levantar vuelo para depositar un beso en la faz de su idolatrada, aunque sus músculos se desgarren en este aéreo viajar. Las alas del pensamiento son inmensas y fuertes alas, puesto que fueron diseñadas -cual obra de "encantamiento"- por el arquitecto de la utopía…

Es así que, mientras una lágrima se asoma en sus ojos, el hombre sabe que más allá del océano y de los molinos que lo separan, hay una Dulcinea que lo espera y sueña, esperando que algún día, el jinete caballero, asome con su triste figura tras el esplendor del horizonte, sobre brioso, famélico y albo Rocinante. Y una vez que esté junto a él, unir con ansia demente, labios con labios en un apasionado y loco beso…

Sí, el hombre sabe que más allá de la realidad y de la fantasía, más allá del tiempo y de la lejanía, más allá del sol y la grandeza descomunal del universo, más allá de las líricas letras y de los cuentos, en alguna remota parte de un reinado de nubes, una dulce Dulcinea ilumina sus senderos de aventura, con sueños de alegría, con esperanzas inciertas y con amor eterno.

¡Cuánta agonía lo consume, porque su vida es sólo de ella y por ella adora y por ella muere y por ella será un eterno bardo que escribe!

¡Cuánto ama a su bella Dulcinea!

martes, 16 de septiembre de 2008

LOS SUEÑOS DE MACARIO


Si bien era ya algo tarde, el astro rey todavía dejaba rastros de luz naranja en el lienzo azul, que se alzaba tras las crestas montañosas que circundaban el árido páramo. El viento que había arreciado durante la tarde, se aplacaba de a poco en una suave brisa gélida, congelando el aliento del pequeño caminante.

Luenga distancia había devorado las suelas de goma de sus viejas alpargatas. Macario estaba cansado, igual que muchos niños que diariamente asistían a la escuela que se hallaba en la capital de provincia, distante a 3 leguas de su cantón. El tiro del bolso en que transportaba sus cuadernos y lápices, dejaba marcas moradas en sus delgados hombros; pues daba la impresión, a esta altura, que dentro del bolso llevaba pesado plomo. Todas las mañanas Macario debía recorrer 6 horas de trajinar intenso entre ida y retorno, zigzagueando yareta, paja brava y agudas piedras, para superarse en el campo de su educación primaria.

En los múltiples pensamientos, que eran la única compañía de su andar, imaginaba que en cuanto alcance su juventud y madurez, se convertiría en chofer de camión. Y él sería un transportista de larga distancia, que ayudaría a todos los niños, llevándolos a la escuela en su cabina. Pues sus ojos tristes que muchas veces se llenaron de salado líquido, observaban que los camioneros pasaban raudos, sin preocuparse de las necesidades de los niños que, recibieron como gracia del azar, el haber nacido en un lugar remoto y perdido entre montañas, frío y terrible congoja.

Sí, él habría de crecer y no sería tan ajeno a las necesidades de su gente, a la hora en que estos tengan que acudir al centro educativo más cercano, que precisamente, muchas de las veces, les resultaba demasiado lejano.

Al fin Macario llegó al umbral de su casita de adobe y techo de paja. Abrió la puerta con la ansiedad de saber que dentro, su madre pondría delante de él, sobre la destartalada mesa, un plato caliente de sopa. Traía un hambre tal, que cualquier cosa que lograra la madre conseguir para echar en la olla, le sabría como el mejor manjar. El hambre tiene eso de maravilloso, convierte hasta la peor y más desabrida de las comidas, en una exquisitez única; el hambre es el condimento más poderoso, especialmente si se tuvo la mala suerte de nacer pobre y encima tan separado de los centros urbanos.

Abrió la destartalada puerta de la casa; una ola gris oscura de humo escapó de allí dentro, para disolverse en el aire exterior. Dentro de estas precarias viviendas, dormitorio, comedor y cocina se conjugan en una sola unidad, donde la numerosa familia comparte su existencia, de acuerdo a las necesidades y horarios, ya sea para comer o dormir.

— ¡Macario! Ayúdame a llevar los platos a la mesa—. Gritó la madre, atareada en servir la cena.

Macario dispuso la comida para la familia en el silencio más absoluto. Ni un saludo se intercambió entre ellos, ni siquiera un beso apurado. Nada…

Una vez dieron fin a la sopa, las hijas ayudaron a la madre poniendo en orden los platos de barro y las cucharas desgastadas por la lima del tiempo. Arrinconaron la mesa en una esquina y se prepararon para el descanso. Mañana sería otro día de arduo trabajo. Macario debía ayudar a su padre, regando el sembradío de papa que se alzaba en sesgo, sobre el cerro en que se hallaba asentada su morada. Puesto que los sábados no asistía a la escuela.

Los hermanos mayores debían hacerse cargo de pastar las ovejas y llamas, que eran el principal sustento, ya sea para venderlos obteniendo algún dinero y, con suerte, alguna vez carnear alguno de ellos para el consumo de la familia. Cosa que se daba muy extraordinariamente. Su alimentación no contemplaba carne de manera diaria.

Para Macario, la vida era sin sentido; la monotonía exasperaba su espíritu de halcón reprimido, que muchas veces deseaba elevarse a las alturas y conocer el mundo que se extendía más allá de la aridez del altiplano; más allá de las montañas; más allá de los valles; quizás llegar al mar que tan sólo conocía en fotografías.

Y estos sueños de pequeñuelo rebelde, estos sueños de evadirse de la realidad en que vivía, eran los sueños de miles de campesinos. Sueños… tan únicamente sueños que muy pocos lograban cumplirlos.

Esa mañana de Sábado y de sol esplendoroso, Macario respiró hondo levantado la vista a los cielos… Él lograría cumplir sus sueños… Él conseguiría, aunque sea un sólo gramo de alas, para elevarse a las alturas y desde allí, divisar un mejor horizonte. En el mundo tendría que existir una mejor vida para él. Sí, cuando creciera, él sería camionero… Él circularía por las carreteras para convertirse en un turista de su propia patria, ayudar a los niños a llegar a su alejada escuela y, con algo de suerte, atravesar las fronteras y alcanzar el mar…

— ¡Macario…!—, gritó el padre desde el rincón más alejado del sembradío. — ¡Abre la acequia chiquillo de porra! ¡Deja de perder el tiempo y de andar en la luna!

Macario tendría que seguir soñando todavía, pues por lo pronto debía hacerse cargo de su realidad, en un país de ingentes riquezas naturales; pero, lastimosamente, infecto de asquerosas alimañas sin entrañas, que se revuelcan eternamente en el pestilente y contaminado lodo político.


miércoles, 21 de mayo de 2008

EL CEREBRO

2° PREMIO -CONCURSO DE CUENTO DE CIENCIA FICCIÓN-
CONVOCADO POR EL SUPLEMENTO “LA RAMONA”
DEL PERIÓDICO OPINIÓN DE COCHABAMBA

Requisito de la temática del concurso: BOLIVIA EN EL AÑO 2100

EL CEREBRO


Extracto de la bitácora del Capitán YAGORER de la nave de investigación sideral KS7C3 del planeta NEPTAGER, entregado a su gobierno, después de su viaje de exploración por la Vía Láctea, con datación y traducción terrestres:

Febrero 19, 2100
“Nuestra nave ha tocado la superficie del tercer planeta de este pequeño sistema solar. Nuestros sensores no captan signos de vida en miles de kilómetros a la redonda. Descendimos a la superficie y, luego de recorrer el terreno de lo que pareció ser alguna vez una gran urbe, hoy en ruinas, hallamos la entrada a una construcción subterránea; en la puerta se observa los siguientes jeroglíficos:”

PRISIÓN – HIBERNACIÓN DE REOS

“Gracias al traductor universal con que contamos y por lo que encontramos allí dentro, entendimos que se trata de un recinto carcelario, donde congelaban por largos espacios de tiempo, a los sentenciados por crímenes cometidos…”

Febrero 21, 2100
“Hoy investigamos la única cámara de congelación que funciona todavía; esto porque es la única que cuenta con perenne energía solar y muestra otros jeroglíficos. Sin tener que cavilar mucho, entendimos que se trata de la fecha actual del planeta”.

Febrero 28, 2100
“El médico de la expedición efectúa los preparativos para despertar de su largo sueño al reo hallado dentro de la cámara. Según los escritos dejados por la penitenciaría, al parecer, se trata de un hombre que había tenido gran influencia en la vida política de este territorio, a fines del siglo XX y principios del siglo XXI”.

Marzo 01, 2100
“El médico retira el cerebro del cráneo del condenado. El cuerpo del hombre, una vez descongelado, se desintegra al contacto con el oxígeno del aire. Por ello, la masa encefálica es sumergida inmediatamente en el LÍQUIDO VERDE que la alimentará y mantendrá con vida, dentro de un frasco de vidrio”.

Abril 05, 2100
“Después de infructuosos intentos fallidos, al fin se logra conectar sus signos vitales al ordenador. El cerebro oye, siente y en sus nervios ópticos, se hizo al fin la luz. Pero aún falta que se comunique por medio de la computadora, que debe convertir los impulsos eléctricos, en una voz cibernética virtual”.

Mayo 12, 2100
“Los sonidos en los parlantes por fin tienen un orden lingüístico. Más por alguna razón, no concuerda con ninguna lengua conocida en el universo. Es una mezcla entre el lenguaje antiguo del Gran Imperio y del último Reinado del universo”.

Mayo 15, 2100
“Aún son ininteligibles los iterativos sonidos. Nuestro programa informático, a pesar que cuenta con cientos de miles de lenguas galácticas en su base de datos, no logra traducir lo que nos intenta decir. Por lo que transcribo lo que pudimos captar de oído:”

“Ai sien dów Goni; and todha vía sien dów
Pres y denth dela bolí…vian”

“Dicho esto, no habló más. El cerebro ingresa a un estado de necrosis y, al tercer giro del planeta sobre su propio eje, finalmente expiró…”

Este informe fue archivado como uno más, en los expedientes de “ENIGMAS SIN RESOLVER” del planeta NEPTAGER


Arturo Torres Miguel
05 de Noviembre de 2006

UN CAMIÓN Y UNA UTOPÍA


Sobre lo alto de una montaña de radiosa nieve que amortajaba su cima, el círculo ígneo asomaba tímidamente; mientras en lontananza, craquelando el aire de la puna, una quena desgranaba sobre la planicie, el lamento de sus notas que hablaban de la tristeza del paisaje.

Sobre la pampa, como propiciado por inmaterial navaja, la herida sierpe de plata de un río corría en paralelo a un camino, sobre el que una máquina de pesado andar llevaba completa carga sobre el lomo de su carrocería, con la intención de trastornar la cordillera y llegar al mar.

Atrás dejaba el conductor, junto con la polvareda del sendero, amor pasajero, indeferencia y una huella de placer en los labios. Mientras tanto, en el recién dejado poblado, una dama sentada en una piedra que descansaba a las afueras, derramaba una lágrima de amor y de alegría…

Ella, aunque bien sabía que sólo era una quimera, aún guardaba en el fondo de su corazón la esperanza de que, algún día, aquel rudo chofer la llevaría junto a él, en el camarote de la cabina.

viernes, 16 de mayo de 2008

CUIDADO CON LO QUE PIDES

Afuera caían los primeros copos de nieve y, ayudadas por el sibilante viento, unas ramas de cercano árbol golpeaban los ventanales de la abandonada y deteriorada cabaña. Dentro, con la respiración entrecortada, descansaba una preciosa mujer, en cuyo semblante se notaba que pronto dejaría el mundo de los vivos, para sumirse en las grutas de lo desconocido.

Damián, mientras contemplaba el cuerpo de su mujer entre las sábanas del improvisado lecho, recordaba los acontecimientos recientes y terriblemente impactantes. Leonela había mal sobrevivido a un fortuito accidente carretero, que mutilaron sus órganos internos, los que estoicamente en el coma profundo, soportaban ya tres duros y dolorosos días de agonía.

-No hay nada que hacer, sólo nos queda esperar la hora en que su esposa parta hacia su destino último e ineludible; la ciencia hasta aquí puede llegar-. Sentenció el médico de la comarca más cercana, que se encontraba a cinco leguas distante del lugar, prometiendo además el regresar en las primeras horas del alba.

Damián no cesaba de culparse por lo sucedido. Él conducía el vehículo que condenó definitivamente a Leonela y, del cual, él resultó ileso. Durante tres noches de vigilia había pedido a Dios que cambiara su vida por la de ella. Su impotencia, inclusive, había hecho que maldijese al Creador. Más en los cielos, parecía que existía sordera general.

El hombre estaba perdiendo la razón, hasta el punto que invocó al espíritu maligno para que cambiara su vida por la de Leonela. Y como nadie le advirtió que se debe tener cuidado con lo que se desea porque puede cumplirse, muy cerca de la medianoche, Leonela abrió los ojos.

La alegría del hombre fue considerable, abrazó y besó a la mujer con infinito amor; mientras afuera, las carreteras y toda comunicación con el resto de la civilización, era aislada por la nieve. La cabaña estaba asediada, en decenas y centenas de metros por todos sus flancos, con una blanca mortaja de frío y soledad.

Leonela lo miró con ese par de cuencas sin brillo alguno, rodeado de profundas y marcadas ojeras oscuras. Pues, detrás de ellos, el cerebro parecía estar inerte. Se deshizo del abrazo que Damián prodigaba solícito y, más que caminar, arrastró sus pasos hacia los sucios ventanales. Allí se quedó inmóvil por horas, parada como una pétrea escultura enfundada en blanquecina bata, tan inmóvil, tan sin vida…

Damián, por más que quiso obtener respuesta a sus impacientes cuestionamientos, tan solo obtuvo un mutismo absoluto. Los labios de Leonela no se abrían para nada. Finalmente posó las manos sobre los hombros de esa efigie y un temblor recorrió toda la longitud de su espinazo. Damián la soltó asustado; Leonela estaba fría, con la frigidez de la mismísima nieve que caía en el exterior.

Pasaron otros tres días, en los que Leonela, cual enjaulado león, sólo atinaba a deambular la habitación. No había modo de salir, los caminos estaban bloqueados. El médico nunca pudo llegar a la cita con su paciente para emitir el certificado de defunción. En esos tres días desde que Leonela había despertado, se había propagado dentro de la cabaña un peculiar y rancio aroma.

Sentado en un sofá desvencijado, Damián la observaba desde sus vidriosos ojos que parecían atravesar el primer plano. En un momento dado Leonela abrió la puerta, permitiendo el ingreso de un helado viento ornado con motas de nieve que, a tras luz, daban un aspecto de lóbrega brillantez al recinto. Traspuso la mujer el umbral y desapareció de la vista del hombre apoltronado en el sillón, quien no efectuó movimiento alguno para impedir a Leonela el arrojarse al helado exterior. Damián estaba muerto. Había pagado su deuda al señor de las tinieblas, a cambio de que se trastoque su vida por la de su amada.

En tanto que afuera, sobre la nieve del campo y zigzagueando la arboleda, la figura femenina de un zombi caminaba sin rumbo, para perderse de a poco, en el enorme follaje de la eternidad...

UN AMANECER EN EL INFIERNO

De nuevo el sudario estrellado de la noche cubre mi cabeza; debo estar maldito, no recuerdo ya el calor del día ni la radiosa brillantez del astro rey.

El jefe con esa odiosa actitud hosca e imperativa me conmina a hacerme cargo del pesado trabajo. ¡Qué sabe él del cansancio que dejó en mí la jornada anterior! ¡Qué le importan los músculos cansados y los huesos molidos de mi anatomía! Es hora de la nocturnidad laboral a la que estamos anclados y de la cual depende la supervivencia de nuestras almas y de nuestra prole.

El ambiente está algo húmedo y caliente. Me seco el sudor de la frente con un pañuelo arrugado y sucio que extraigo del bolsillo del pantalón. De nuevo al compartimiento rodeado de vidrios. El sillón mullido me recibe con un abrazo siniestro. Abajo está Juan, descansando en aquel espacio estrecho que, una pila de bolsas y cajas de cartón, forman el improvisado lecho.

- Pobre Juanito, descansa amigo mío…

Frente a mí tengo varias lucecillas y muchos relojes con agujas. Todo está bien… todo está en orden… los controladores marcan verde. Debo ser cuidadoso, cada cierto tiempo debo controlar de no alcanzar las marcas rojas.

No sé que tiempo ya transcurrió desde que me senté en frente de este tablero negro de indicadores luminosos. Pero parece que fueron ya varias horas. Mi amigo Juan todavía descansa ¿Para qué molestarlo? Total, todavía me quedan fuerzas. Afuera la oscuridad es tan espesa que no se ve nada más allá de unas decenas de metros. Miro el habitáculo en el que me encuentro algo apretujado… ¡Qué pesadez… odio estos malditos ventanales…!

Un uniformado… debo salir y entregarle los papeles. Los ojos negros del guardia perforan el fondo de mis pupilas, como si quisiera adivinar mis pensamientos más profundos. Ni una palabra… Retorno al cubículo… El sillón está demasiado caliente; auque ese calor por un lado es chocante, por otro, es agradable; porque afuera el termómetro descendió varios grados.

¿Cuánto rato transcurrió desde mi último alimento ingerido? Pues tiene que haber sido demasiado. Estoy muerto de hambre; debo salir y servirme algo de alimento que renueve mis fuerzas desgastadas. ¡Y la sed!... Es lo más espantoso de todo. Debo calmar mi sed… Tengo la boca seca… tomaré algo y calmaré la sedienta necesidad de mi boca…

Me traen una insípida comida; la termino casi sin masticar; pero el líquido caliente de alcohólico té, es algo a lo que no le hago gestos. Mi cuerpo recupera su energía, con la ayuda del acullico de la verde hoja de coca; mis venas se asoman ya a la piel. Me siento mucho mejor… Pido una, dos, tres y muchas tazas más de ese líquido reparador. Sí, ya me siento mucho mejor; estoy menos embotado; miro a la gente alrededor mío; todos traen en la cara una marcada huella de sueño y cansancio. Comen, beben y luego desaparecen…

Abro la puerta donde descansa mi amigo Juan… Sigue en profundo sueño. Dejémoslo; mañana seguramente ya estará mucho mejor. Miro el lecho de Juan ¡Qué inverosímilmente estrecho es…! Y el ruido… el ruido es definitivamente ensordecedor y Juan ni lo percibe… Todo en este mundo es cuestión de costumbre…

Retorno al compartimiento de vidrios y metal... Allá lejos se divisa unas luces. Odio esas luces… ¡Cómo hieren los ojos! El reloj marca las 04:30 de la madrugada… No falta ya mucho para el amanecer… Otro guardia… Debo salir nuevamente y entregarle los papeles. Tiene enfundado el rostro hasta la altura de la nariz y cubierta la cabeza con un gorro de lana. Se despide con un gruñido… Otra vez al habitáculo.

Una hora después siento una pesadez increíble. No debo dormir; ya falta muy poco. ¡Dios Santo… qué sueño que siento…! ¡No debo dormir!... Me apoltrono en el sillón y abro una ventana para que la helada brisa del exterior me despabile; pues por más que lo intento, no consigo abrir los ojos. Juan está allí abajo durmiendo… ¿Para qué despertarlo?... Ya falta muy poco, no es necesario que me releve.

Minutos más tarde me entrego a Morfeo, quien me recibe en sus somnolientos brazos… Alguien grita… No entiendo lo que dice… más gritos y una obscuridad tétrica… siento un terrible golpe en la cabeza; el compartimiento dentro el cual estoy sentado, parece girar dando tumbos. No veo nada; oigo el crujir de los hierros y el estallar de los vidrios. ¡Oh No Dios Mío…¡ ¡No…! ¡Me dormí…! Siento que debajo mío, el infierno se abre a mis pies para recibirme descuartizado, en sus profundidades más sórdidas…

Heridos, lágrimas, gritos de dolor lastimeros… La muerte parece descender al lugar, desde las crestas más elevadas y níveas de las montañas…

¡Autobús, pasajeros y mi agonía aferrada al volante, yacen en el fondo del precipicio…
!

EXISTEN AMORES MUERTOS

El fantasma de mi ayer tocó a la puerta. La luna ya había extendido la mortaja de diademas de argento brillo en lo alto de la bóveda del oscuro cielo.

-Hola, a pasado mucho tiempo –saludó la difunta que yo había ya enterrado en las cavernas más profundas del olvido. Nada dije, porque en realidad a mí me cuesta muchísimo el tener que entablar un diálogo con los cadáveres…

-Fui una tonta –sentenció con entrecortada voz, mientras de sus ojos turbios emanaba una gota de lágrima que, lentamente, resbalaba sobre su marchita faz, donde otrora, deposité cientos de besos enamorados.

Quedé perplejo ante ese zombie adolorido, cuyo orgullo, hoy no era otra cosa que las cadenas que arrastraba dentro de la celda de su fracaso. El corazón mío latía con la monotonía de un reloj que tiene mucha cuerda y a quien poco le interesa para quién marca la hora. Pensé dentro mío que me estaba haciendo viejo o, talvez, sería que la sensibilidad ante la resucitada, todavía permanecía muda e inconmovible, en el sepulcro donde una vez la hube depositado con dolor y lágrimas, teniendo como sola compañía, al cortejo fúnebre de mi soledad.

-Perdóname. –dijo ella con la tristeza de un cordero que va en pos de su propio sacrificio y, tras una breve pausa, al ver que no me sacaba palabra, continuó su letanía. –No supe valorarte; yo siempre te amé y sé que es tarde; pero por favor no me culpes por mi intento de acercarme a ti.

¿Cómo hablar con los muertos? ¿Qué decirles? Acudí al médium de mi valor y ataqué con decisión, que no precisamente tenía como arma a la espada de la ira, sino al terrible miedo de condenarme junto con ella.

-¡Va de retro alma en pena! ¡Retorna sobre la condena de tus pasos a la covacha de tu extinta e insepulta vida! Puesto que disculpas tardías de los muertos, no son sino el tenue ruido del roer de gusanos en la frigidez del osario. En mi existencia estás inhumada, desde el día aquel en que sembraste espinas en el árido huerto de mi alma. Seco y estéril se halla el sentimiento de mi corazón. Tú te ocupaste de regarlo con la lluvia ácida de tu indiferencia.

A lo largo de la lóbrega calle, el silenció nos envolvió con su bruma espesa de incomodidad, sellando con inmaterial mordaza nuestros labios; nada más se dijo… La muerta me obsequió una última mirada e inició su marcha hacia la esquina, para desaparecer muy luego, en el túnel infinito de la eternidad; al menos eso era lo que yo deseaba en lo más profundo de mi espíritu.

Del fondo de mi hogar, la dulce voz de mi hija me informaba, a través de un desentonado grito, que la cena estaba servida sobre la mesa. En tanto, me retorcía los sesos pensando que, a lo mejor, también era yo un muerto que había cambiado el universo de mi libertad, por el féretro del matrimonio.

FATAL EQUÍVOCO

El hombre transitaba, a paso moderado, la callejuela mal iluminada; como quien no tiene apuro, a pesar de la persistente llovizna que, hace un par de horas, caía sobre la ciudad y su anatomía. Los cabellos desparramados sobre su frente, chorreaban agua sobre sus oscuros ojos, confundiéndose con las lágrimas de dolor que arrojaba al exterior, la sensibilidad de su alma.

La cerrada negrura de la noche, con ayuda del débil alumbrado público, dibujaba extrañas sombras sobre su faz, dando un aspecto mucho más fiero a su rostro tallado con el cincel de la ira, que todo lo desfigura.

Junto con el retumbar de sus solitarios pasos, podía oír la monotonía exasperante de su corazón, cuyos latidos iban sosegando de a poco, el desbocado recorrido de su sangre en las venas.

¡Por fin lo había hecho! Ahora estaba en paz con su honor mancillado. Más aún faltaba la última faena, que aportaría definitivamente, la paz consigo mismo. La casquivana, cuya presencia se había instalado, ¡cuántos años ha!, dentro las paredes de su hogar, llenándola con su perfume y su perfidia, todavía respiraba en la seguridad de su belleza, creyendo que su liviandad permanecía todavía oculta, en la oscuridad del secreto.

Más, ella no sabía que su consentido cónyuge, durante casi un mes, hora a hora, día a día, había logrado encontrar las pruebas del engaño. Pues, entre las pertenencias, en la piel y en los ojos de la mujer, estaban las señales inequívocas de su infidelidad.

Salidas extrañas en horas no menos extrañas; atrasos injustificados y explicaciones poco convincentes cuando llegaba algo tarde a la casa después del trabajo; evasión a los cuestionamientos que le hacía; periodos de silencio entre ambos, tan poco comunes para una mujer que antes hablaba mucho; llamadas telefónicas que, cuando él las contestaba, se cortaban del otro lado de la línea; en fin, todas esas raras circunstancias que corroen y ultiman de a poco el corazón debilitado y, cuyo dolor de sangrantes heridas, a duras penas soporta el pecho celoso.

El imbécil que creyó que podía hurgar entre las pertenencias del ahora asesino, ensuciando con asquerosas manos su más preciada posesión, yacía en toda su longitud horizontal en una esquina cercana a un barato bar, del que hace no mucho, vio a los dos despedirse en el cariño de un abrazo. Sí, cerca de ese tugurio, junto a una boca de tormenta, con un puñal de venganza clavado en el pecho y, por cuya herida, se le evaporó la vida.

La víctima no tardaría mucho en ser trasladada al hospital de los muertos… La Morgue… Digno Camal donde son descuartizados, en nombre de la legalidad de la autopsia, los cerdos de su calaña.

Aún faltaba la marrana mayor. Es allí donde dirigía ahora sus pasos, chapoteando los zapatos en esos mini charcos, que logró formar la noche de la lluvia en el empedrado.

Dentro de la casa, las sombras lo envolvían todo. Escaló las pesadas gradas que comunicaban con la planta alta, en el que se hallaba el aposento conyugal. Abrió la puerta y, desde el ángulo visual del umbral, observó el sueño de la mujer donde las sábanas cubrían, primorosamente y por muy poco, el femenino tronco; dejando al descubierto la vista exquisita de un maravilloso par de níveas piernas.

Mientras se acercaba al lecho, evocó el día aquél en que de ella se hubo enamorado; en la mente se dibujaron las imágenes del día de su boda, ocurrida hace algo más de año y medio. ¡Cuánto la amaba desde aquel día! Fue una boda por demás insólita. Ni ella ni él tenían parientes. Los dos solos, con la sola compañía de dos desconocidos testigos que se encontraron en la calle, habían unido sus vidas y pronunciado los votos matrimoniales al juez de registro civil, jurando amarse y respetarse hasta el día en que la muerte los separe.

Cuán poco conocía la vida familiar de su esposa. Pues él había emigrado de un país vecino, adquiriendo la nacionalidad para casarse. Por su parte, ella mencionaba muy poco sobre sus padres y hermanos. Hoy se daba cuenta de cuán poco conocía a la mujer. ¿Qué importaba ya todo aquello?

El verla abrazando a otro hombre, había acabado con el poco sano juicio que le quedaba. ¡Cuán hermosa se veía mientras dormía! ¿Cuáles serían los sueños de ella en estos precisos instantes? Talvez soñaba con el hombre aquel que pagó con su vida, la osadía de haber participado del juego terrible y pasional del triángulo amoroso. Los ojos del hombre se llenaron de sangre, cual si fueran dos ascuas que chisporrotearan en la hoguera del infierno…

Subió de un salto sobre el camastro, dio vuelta a la mujer y se apoderó del cuello delicado, apretándolo con inusitada furia… Ella abrió sorprendida los ojos espantados, despertando únicamente, para tener conciencia que moría asfixiada. En pocos instantes dejó de luchar y se sumió en los dominios pacíficos de la eternidad de la muerte.

Los garfios de sus dedos aflojaron la presión. Perlado sudor cubría su frente. ¡Estaba hecho! Ahora su esposa y el amante tendrían que reírse de él, en compañía de la sulfurosa presencia del mismísimo Demonio.

Se sentó sobre una silla en frente de su macabra obra, hasta que los primeros rayos del sol se colaban por los ventanales, anunciando la llegada de un nuevo día.

Escuchó el timbre de la puerta de calle. Descendió inseguro a la planta baja con la mirada perdida; ya estando en el extremo de la sala, giró la chapa de la puerta para abrirla.

-¡Buenos días!-. Saludó un oficial de policía que se encontraba con su subalterno.

-Buenos días oficial-. Contestó el dueño de casa, absolutamente sorprendido.

-Deseamos hablar con su señora esposa ¿Tendría usted la gentileza de avisarle que precisamos conversar con ella?

-Eee…ella está todavía descansando-.Tartamudeó el hombre; más no por el miedo de ir a la cárcel, sino por la sorpresa de la gran eficiencia de la policía. Estaba seguro que nadie había visto el asesinato. En cuanto al puñal, que empuñó con enguantada mano, era una baratija adquirida en cualquier mercaducho, del cuál ni siquiera él mismo se acordaba ni nombre, ni lugar dónde se hallaba.

Sin embargo, ya cavilando fríamente, parecía que la policía no venía por él. Puesto que preguntaban por su esposa.

-Es preciso que despierte a su esposa señor-, imperó el uniformado. –Pues resulta que hemos hallado, en las primeras horas de esta mañana, el cadáver de un hombre apuñalado salvajemente en el pecho. Durante el levantamiento legal, pudimos ver su documentación; se trata de una persona que hace muchos años escapó del país, toda vez que cometió un desfalco importante a una empresa bancaria de nuestro medio.

-¿Pero qué demonios tiene que ver aquello con mi esposa?

-Creemos que retornó al país totalmente quebrado; y suponemos además, que estas últimas semanas, su mujer ha estado colaborando económicamente a este individuo. Puesto que el occiso no tenía dinero ni para conseguir posada decente.

Y el policía continuó.

-Anoche seguíamos el vehículo en el que viajaban juntos, este hombre y su esposa; desgraciadamente, el embotellamiento vehicular de la ciudad hizo que los perdiéramos. Usted ya conoce cómo son nuestras calles. Por favor ¿ahora puede llamar a su esposa?-. Requirió nuevamente.

-¿Pero quién es este tipo que usted menciona?

-Su nombre es Federico Málaga Cáceres y como usted se dará cuenta, son los mismos apellidos de soltera de su esposa. Estamos hablando del hermano de ella…

El hombre cayó sentado sobre la acera. Como una marioneta que hubiera sido despojada de pronto de los hilos que la sujetaban, y atinó a decir con temblorosa voz:

-Ella duerme todavía… Ella es una buena
esposa… Ella ya no puede despertar…

CARTA DE UN TERRORISTA

TRADUCCIÓN DE UNA NOTA ARRUGADA Y SUCIA -ENCONTRADA EN UN CONTENEDOR DE BASURA- DE UN TERRORISTA DE ALQAEDA QUE FUE ENVIADO DESDE ORIENTE MEDIO A LA CUENCA BOLIVIANA, CUYOS PLANES SE DETALLAN EN LA MISMA Y, AL PARECER, EL QUE LA ESCRIBIÓ, SE DESANIMÓ A ÚLTIMO MOMENTO DE DEPOSITARLA EN EL CORREO.

Hola Jabibito:

Te cuento mis desventuras amigo Estafá Poco,

No sé para qué me enviaron a este país; todo es una “macana”. Por ejemplo, cuando llegué al Aeropuerto Internacional Jorge Wilsterman de Cochabamba, con la misión de secuestrar un avión de Lloyd Aéreo Boliviano, para convertirlo en misil contra algún edificio, me encontré que en esta ciudad no existen edificios altos como para sobre volar la ciudad y estrellarme contra alguno de ellos.

Por otra parte, resulta que esta línea aérea ya había sufrido un acto terrorista. Se me adelantaron sus altos ejecutivos, los pilotos y también los trabajadores. Pero no usan como nosotros explosivos de ningún tipo; sino que tienen sus agentes infiltrados en las Agencias de Viajes, que secuestran a sus pasajeros todo su dinerito que se prestan con altos intereses bancarios o de usureros sinvergüenzas. Luego gastan el producto de su robo, pagando sus deudas personales y también un poco de la empresa. Por eso es que ya no pueden comprar combustible para sus aviones.

Como no pude encontrar aviones, fabriqué una bomba biológica y la hice explotar en el mercado principal que en ese momento se hallaba repleto de gente. Resulta que una parte de las bacterias y virus de mi bomba casera, murieron inmediatamente en los estómagos de los cochabambinos; otra parte sucumbió por la contaminación y mugre que están regadas por todo este centro de abasto. Los basureros y calles están repletos de perros, ratas, gusanos y moscas que se comieron el resto de mi bomba. Sus habitantes no mueren con nada; ni siquiera con el cólera que hace muchos años tuvo la pésima idea de venir por aquí; no solamente no los enfermó, sino que el cólera desapareció de la faz de la tierra para siempre.

Entonces tomé la decisión de construir una bomba química. Me dirigí a la Universidad Mayor de San Simón, con la intención de hurtar algunos reactivos y otros elementos químicos; pero cuando entré en su laboratorio, no encontré nada de nada; tan sólo había allí unos frasquitos de vidrio vacíos. Así que fracasé totalmente tratando de fabricar una bomba química.

Como me salió todo mal en los intentos anteriores, decidí preparar un coche bomba. Robé un automóvil que se apagaba a cada rato y lo llené con explosivos que logré sustraer del sindicato de mineros ¡Qué desgracia amigo Estafá, no pude llegar al Consulado Norteamericano! No bien me introduje en el tráfico de las calles de esta ciudad, la policía me detuvo y me pidió mi licencia. Como no la tenía, me sacaron mi último dinerito como coima; pero no revisaron el vehículo para nada.

Después me di cuenta del porqué la policía no se preocupa de revisar los automóviles ni sospecha nada. Pues aquí es imposible circular por las vías. Estuve casi tres horas en un embotellamiento vehicular. Después nos informaron que se trataba de un paro movilizado que realizaban los transportistas federados, vecinales y provinciales, que están en “champa guerra” entre ellos. Este bloqueo duró más de una semana. Tuve que vender toda la dinamita que coloqué en el auto para poder comprar comida a los bloqueadores, ya que no tenía ni un centavo en el bolsillo.

Entonces decidí elaborar una pequeña bomba incendiaria y me dirigí a la Refinería de Valle Hermoso. Ya adentro, encontré unos tanques enormes donde se almacena gas natural. Subí a la parte alta de estos tanques y todos estaban abiertos; no había en ellos ni un milímetro cúbico de este energético. Sin desanimarme, me encaminé a los almacenes donde se guarda las garrafas de gas licuado ¿Qué crees? ¡No había allí ni una sola garrafa! Parece que un poco de la producción venden a los ciudadanos y todo el resto se la llevan de contrabando al Perú ¡Qué desastre, estando vacíos los tanques y almacenes, no pude hacer estallar nada!

Así que avergonzado, sin éxito y sin dinero, no me quedó otra opción que rogarle a un camionero para que me lleve hasta la frontera con Brasil como ayudante. El camionero me dijo que tardaríamos más de 1 mes para llegar; porque el Sillar todavía se encuentra inestable y se cayeron varios puentes. Además que no sabemos todavía el estado en que quedaron los caminos, después de las inundaciones que hubieron a principios de año en el oriente. Bueno, ojalá Alá, allá me pueda hacer llegar, donde espero tener más suerte.

Chao Jabibito Estafá y que Alá nos ilumine para que nunca vengamos por Cochabamba. Aquí no tendremos ningún futuro:

Atentamente,


ALÍ AMA A ALÁ

viernes, 14 de marzo de 2008

UNA HISTORIA MUY CLÁSICA

Entre el amargo placer y la dulce agonía
el corazón se me dividió en dos mitades,
la razón nadó en el mar de dos verdades
y dos estrellas fueron la luz del alma mía

Para ser franco, la noche de inicio de fin de semana que se aproximaba, no me atraía en absoluto. Todo me resultaba extraño. Un dolor profundo en el alma, causado talvez por el cargo de conciencia, me impedía perderme en la distracción a la cual me había acostumbrado ya hace muchos meses.

Miré a ocultas el áureo y refulgente anillo fuera de mi dedo… El aro parecía desvanecerse y en su lugar aparecía la imagen de un rostro que me miraba con reproche.

¿Qué haría en este momento mi cónyuge? ¿Cuáles serían sus más escabrosos y ocultos pensamientos? Ella sabía perfectamente que hoy, me encontrase donde fuere, el perfume de otra fémina me envolvía con su etéreo aroma. ¿Acaso es posible amar dos almas?

Pasaron las horas entre abrazos, cadencia, besos y baile, sin siquiera haberlo percibido; mi pensamiento estaba más lejos de lo que mi pareja podía suponer. La orquesta había concluido por esta noche… El desgranar de notas en el lóbrego tugurio, formaba ahora parte de la música del silencio.

Me consumí en el fuego del placer entre las sábanas de un hotel barato y retorné a casa cuando todas las luces estaban apagadas. Más, encontré allí a alguien que no dormía, quien con los ojos cerrados, fingía el hacerlo…

Amar la madurez y por otro la lozanía,
será como sobrevivir a dos tempestades;
vil enfermedad es tomar dos voluntades,
la fiebre primero quema, luego nos enfría


Definitivamente estaba condenado a la piel joven de mi pecado. Qué difícil es pretender la posesión de dos joyas secretas. Una brilla más porque es más nueva; pero el valor de la otra no tiene precio.

Mi mundo, con el avance del reloj que no se detiene en el tiempo, me estaba consumiendo el ramaje nervioso. Muchas veces preguntaba al silencio de mi corazón, si en verdad era feliz. Esta pregunta sería tan tonta como el hacérsela a un fugitivo. ¡Cómo envidiaba los barrotes de una cárcel que te privan de la libertad! No, mis barrotes eran mucho más inviolables, porque estaban construidos con el acero de mi conciencia. Mi cárcel era mi propio espíritu.

A pesar de amarlas, caí en profunda depresión. Mi ángel bueno inoculaba su veneno, mientras el malo trataba de curarme con las medicinas inútiles de la mentira. No se puede mentir al corazón. Pues todo ese calor que había vivido al lado de mi amante, hoy se estaba convirtiendo en hielo. A medida que llegaba el invierno a mi alma, ella se veía mucho más hermosa mientras más escarcha le caía encima.

La candente braza del fogón del Hades,
que bien sabiendo o aunque nada se sabía,
te incinera muy justa y con nada la evades

Y así es como conocí el infierno; pues, los muros del secreto parecían consumirse con el fuego del miedo y la irrealidad que vivía. No es que no me había percatado, ya lo veía venir cual gacela que, con el favor del viento, percibe el olor del cazador. Más nada me importaba, ellas eran el oasis en el terrible desierto donde saciaba la sed de mi lujuria.

Cierta ocasión, en mis desvaríos de descuidado galán, ambas joyas estuvieron a punto de que sus reflejos se cruzaran entre ellas. Pero la suerte todavía jugaba de local para mí; en la vía delgada del barrio donde me hallaba con una de ellas, la bendición de un callejón me abrió su puerta con la urgencia que solo puede brindar el azar. Crucé apurado su umbral y desvié el encontronazo, desembocando a la paralela calle del otro lado.

Estaba tentando demasiado a la suerte. Tarde o temprano debía de hacer algo para concluir esta persistente fuga, que se me estaba haciendo tan pesada, como la carga en las espaldas de una cansada mula. Los límites de la ratonera de la ciudad no resultaron tan suficientemente amplios como lo suponía. A eso debía añadirse los fantasmas de los conocidos, cuyas voraces lenguas, podían acabar abruptamente el idilio de mi falso y endeble paraíso.

El placer de jugar al engaño nunca varía,
la bóveda del secreto y de las intimidades
se abrirá, cual si experto ladrón la abriría


Y así pasó algo más de tiempo, hasta que cierta tarde, mientras el crepúsculo anunciaba la venida de la noche, en la puerta de mi hogar se presentó mi amante amiga.

- Hola mi amor, te seguí por varias horas el día de hoy, supiste guarecerte muy bien de mí y de tu esposa ¿Sabe ella lo nuestro?

Muchos segundos pasaron para que pueda asimilar la sorpresiva presencia. No dije nada, el cuestionamiento había entumecido mis reflejos, mi capacidad de habla y mi razonamiento, como un niño que no sabe qué decir, cuando le preguntan la razón de su travesura.

Con una mirada, mezclada de resentimiento y amor, pronunció la sentencia obligada, como justo castigo a mi condena.

- Sabía que no podía ser verdad. Agradezco a Dios por los instantes maravillosos que viví junto a ti, al menos mientras duró. Adiós amor mío, no termines de destruir lo bueno que todavía te queda.

No pronunció ninguna otra palabra y, girando sobre sus huellas, se alejó de mi triste existencia, sumiéndose en las sombras del eterno olvido.

Fue así, mientras paseaba la egolatría en el basural de mi propio engaño, que perdí para siempre una de mis más preciadas joyas.