viernes, 16 de mayo de 2008

UN AMANECER EN EL INFIERNO

De nuevo el sudario estrellado de la noche cubre mi cabeza; debo estar maldito, no recuerdo ya el calor del día ni la radiosa brillantez del astro rey.

El jefe con esa odiosa actitud hosca e imperativa me conmina a hacerme cargo del pesado trabajo. ¡Qué sabe él del cansancio que dejó en mí la jornada anterior! ¡Qué le importan los músculos cansados y los huesos molidos de mi anatomía! Es hora de la nocturnidad laboral a la que estamos anclados y de la cual depende la supervivencia de nuestras almas y de nuestra prole.

El ambiente está algo húmedo y caliente. Me seco el sudor de la frente con un pañuelo arrugado y sucio que extraigo del bolsillo del pantalón. De nuevo al compartimiento rodeado de vidrios. El sillón mullido me recibe con un abrazo siniestro. Abajo está Juan, descansando en aquel espacio estrecho que, una pila de bolsas y cajas de cartón, forman el improvisado lecho.

- Pobre Juanito, descansa amigo mío…

Frente a mí tengo varias lucecillas y muchos relojes con agujas. Todo está bien… todo está en orden… los controladores marcan verde. Debo ser cuidadoso, cada cierto tiempo debo controlar de no alcanzar las marcas rojas.

No sé que tiempo ya transcurrió desde que me senté en frente de este tablero negro de indicadores luminosos. Pero parece que fueron ya varias horas. Mi amigo Juan todavía descansa ¿Para qué molestarlo? Total, todavía me quedan fuerzas. Afuera la oscuridad es tan espesa que no se ve nada más allá de unas decenas de metros. Miro el habitáculo en el que me encuentro algo apretujado… ¡Qué pesadez… odio estos malditos ventanales…!

Un uniformado… debo salir y entregarle los papeles. Los ojos negros del guardia perforan el fondo de mis pupilas, como si quisiera adivinar mis pensamientos más profundos. Ni una palabra… Retorno al cubículo… El sillón está demasiado caliente; auque ese calor por un lado es chocante, por otro, es agradable; porque afuera el termómetro descendió varios grados.

¿Cuánto rato transcurrió desde mi último alimento ingerido? Pues tiene que haber sido demasiado. Estoy muerto de hambre; debo salir y servirme algo de alimento que renueve mis fuerzas desgastadas. ¡Y la sed!... Es lo más espantoso de todo. Debo calmar mi sed… Tengo la boca seca… tomaré algo y calmaré la sedienta necesidad de mi boca…

Me traen una insípida comida; la termino casi sin masticar; pero el líquido caliente de alcohólico té, es algo a lo que no le hago gestos. Mi cuerpo recupera su energía, con la ayuda del acullico de la verde hoja de coca; mis venas se asoman ya a la piel. Me siento mucho mejor… Pido una, dos, tres y muchas tazas más de ese líquido reparador. Sí, ya me siento mucho mejor; estoy menos embotado; miro a la gente alrededor mío; todos traen en la cara una marcada huella de sueño y cansancio. Comen, beben y luego desaparecen…

Abro la puerta donde descansa mi amigo Juan… Sigue en profundo sueño. Dejémoslo; mañana seguramente ya estará mucho mejor. Miro el lecho de Juan ¡Qué inverosímilmente estrecho es…! Y el ruido… el ruido es definitivamente ensordecedor y Juan ni lo percibe… Todo en este mundo es cuestión de costumbre…

Retorno al compartimiento de vidrios y metal... Allá lejos se divisa unas luces. Odio esas luces… ¡Cómo hieren los ojos! El reloj marca las 04:30 de la madrugada… No falta ya mucho para el amanecer… Otro guardia… Debo salir nuevamente y entregarle los papeles. Tiene enfundado el rostro hasta la altura de la nariz y cubierta la cabeza con un gorro de lana. Se despide con un gruñido… Otra vez al habitáculo.

Una hora después siento una pesadez increíble. No debo dormir; ya falta muy poco. ¡Dios Santo… qué sueño que siento…! ¡No debo dormir!... Me apoltrono en el sillón y abro una ventana para que la helada brisa del exterior me despabile; pues por más que lo intento, no consigo abrir los ojos. Juan está allí abajo durmiendo… ¿Para qué despertarlo?... Ya falta muy poco, no es necesario que me releve.

Minutos más tarde me entrego a Morfeo, quien me recibe en sus somnolientos brazos… Alguien grita… No entiendo lo que dice… más gritos y una obscuridad tétrica… siento un terrible golpe en la cabeza; el compartimiento dentro el cual estoy sentado, parece girar dando tumbos. No veo nada; oigo el crujir de los hierros y el estallar de los vidrios. ¡Oh No Dios Mío…¡ ¡No…! ¡Me dormí…! Siento que debajo mío, el infierno se abre a mis pies para recibirme descuartizado, en sus profundidades más sórdidas…

Heridos, lágrimas, gritos de dolor lastimeros… La muerte parece descender al lugar, desde las crestas más elevadas y níveas de las montañas…

¡Autobús, pasajeros y mi agonía aferrada al volante, yacen en el fondo del precipicio…
!

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