miércoles, 29 de abril de 2009

UNA CARTA PARA NOELIA

Existen momentos, en el andar de la existencia, en que mientras más uno camina, más estaciones de invierno y de dolor uno atraviesa.

¡Cuánto anduve en el desierto de la melancolía y la soledad!... en cuyas arenas deposité mi desconsuelo y mis lágrimas, mientras trataba de hallar tu rostro en la infinidad de rostros que atinaban a cruzase en mi camino; rocé mi alma con otras muchas almas, más el hallarte, era empresa casi imposible.

Vagué por sembradíos, rocas, arena y espinos; por vías de tierra y asfalto; por oscuridad y luces, hasta por los viles ríos de la ebriedad… y no estabas en ninguna parte. Me pregunté si algún día te volvería a ver, sin importar el dónde ni el cuándo… mientras en una dolida plegaria, cual el gemido de una fiera agonizante que levanta los acuosos ojos a lo bóveda celeste, daba gracias a Dios por esos maravillosos momentos de dicha y locura, en que el calor de nuestra pasión e infinito amor, era el crisol en que se fundían nuestros cuerpos y nuestras almas.

Y como nada se detiene en este peregrinar irrefrenable de la vida, pasó el tiempo, coronando mis cabellos de blanca espera y, mi corazón, de gris melancolía; preguntándome a diario que, a lo mejor, el haber sido tan feliz a tu lado, tenía como justo castigo el no verte nunca más.

Quise extraer de mi memoria la sublimidad de tu memoria, quise también vaciar mi sangre hasta la última gota, aquella que una vez se mezcló con tu sangre en un pacto de alianza, amor y eternidad, y me faltó valor de arrancarte de mí espíritu y de mis venas.

Así pasaron las horas, los días, los años, hasta llegar a la larga cadena de una década… Pero esa fuerza que tú implantaste en mi espíritu, fue el hálito que me impedía hincar las rodillas ante el formidable ídolo del olvido.

Fue muy difícil, pero un día te hallé, cual si un dios benigno de ventura me guiara hacia ti. No sé si hoy, el mundo, sigue siendo el mismo mundo como lo fuera antaño, pero el halcón de tu memoria, que revoloteaba en las entrañas de mi corazón parece que, al fin, encontró asidero en la roca de la paz. Hoy volví a verter nuevamente unas gotas de salada lágrima por tu nombre, por tu piel soñada, por tu infinita bondad.

Un hombre que fue profundamente amado como lo fui yo, entiende que por tu lado, la agonía de nuestra separación no fue sencilla para ti. Sé que tu tierno corazón estaba tan herido como el mío. Pues si alguien podría comprender, aunque sea un pedacito de nuestra vivencia, sentiría el dolor profundo que embarga a dos almas que se separan, cuando el único pecado que cometieron, fue el amarse más allá de la realidad y de la locura… ¡Si alguien entendiera, sería porque tiene también la capacidad de medir el calor que genera la candente lava de dos volcanes…! ¡Si alguien entendiera…!

Amado Nervo bendijo la vida que ya nada le debía y quedó en paz con ella…

¡Cómo no poder decir lo mismo, a pesar que, como él, también bendigo la vida y también nada me debe! Más yo no quedo en paz con la vida, porque toda la dicha que recibí y aún recibo de ella, a lo mejor no me es merecida… Todavía quedo en deuda con la vida… ¡Bendita sea la vida, por permitirme la posibilidad de volver a ver, acariciar y oír, una vez más, a la mujer que amo y amaré, más allá de la existencia y de la muerte!

¡DE CORAZÓN, PALABRA Y PENSAMIENTO!

ARTURO