viernes, 16 de mayo de 2008

FATAL EQUÍVOCO

El hombre transitaba, a paso moderado, la callejuela mal iluminada; como quien no tiene apuro, a pesar de la persistente llovizna que, hace un par de horas, caía sobre la ciudad y su anatomía. Los cabellos desparramados sobre su frente, chorreaban agua sobre sus oscuros ojos, confundiéndose con las lágrimas de dolor que arrojaba al exterior, la sensibilidad de su alma.

La cerrada negrura de la noche, con ayuda del débil alumbrado público, dibujaba extrañas sombras sobre su faz, dando un aspecto mucho más fiero a su rostro tallado con el cincel de la ira, que todo lo desfigura.

Junto con el retumbar de sus solitarios pasos, podía oír la monotonía exasperante de su corazón, cuyos latidos iban sosegando de a poco, el desbocado recorrido de su sangre en las venas.

¡Por fin lo había hecho! Ahora estaba en paz con su honor mancillado. Más aún faltaba la última faena, que aportaría definitivamente, la paz consigo mismo. La casquivana, cuya presencia se había instalado, ¡cuántos años ha!, dentro las paredes de su hogar, llenándola con su perfume y su perfidia, todavía respiraba en la seguridad de su belleza, creyendo que su liviandad permanecía todavía oculta, en la oscuridad del secreto.

Más, ella no sabía que su consentido cónyuge, durante casi un mes, hora a hora, día a día, había logrado encontrar las pruebas del engaño. Pues, entre las pertenencias, en la piel y en los ojos de la mujer, estaban las señales inequívocas de su infidelidad.

Salidas extrañas en horas no menos extrañas; atrasos injustificados y explicaciones poco convincentes cuando llegaba algo tarde a la casa después del trabajo; evasión a los cuestionamientos que le hacía; periodos de silencio entre ambos, tan poco comunes para una mujer que antes hablaba mucho; llamadas telefónicas que, cuando él las contestaba, se cortaban del otro lado de la línea; en fin, todas esas raras circunstancias que corroen y ultiman de a poco el corazón debilitado y, cuyo dolor de sangrantes heridas, a duras penas soporta el pecho celoso.

El imbécil que creyó que podía hurgar entre las pertenencias del ahora asesino, ensuciando con asquerosas manos su más preciada posesión, yacía en toda su longitud horizontal en una esquina cercana a un barato bar, del que hace no mucho, vio a los dos despedirse en el cariño de un abrazo. Sí, cerca de ese tugurio, junto a una boca de tormenta, con un puñal de venganza clavado en el pecho y, por cuya herida, se le evaporó la vida.

La víctima no tardaría mucho en ser trasladada al hospital de los muertos… La Morgue… Digno Camal donde son descuartizados, en nombre de la legalidad de la autopsia, los cerdos de su calaña.

Aún faltaba la marrana mayor. Es allí donde dirigía ahora sus pasos, chapoteando los zapatos en esos mini charcos, que logró formar la noche de la lluvia en el empedrado.

Dentro de la casa, las sombras lo envolvían todo. Escaló las pesadas gradas que comunicaban con la planta alta, en el que se hallaba el aposento conyugal. Abrió la puerta y, desde el ángulo visual del umbral, observó el sueño de la mujer donde las sábanas cubrían, primorosamente y por muy poco, el femenino tronco; dejando al descubierto la vista exquisita de un maravilloso par de níveas piernas.

Mientras se acercaba al lecho, evocó el día aquél en que de ella se hubo enamorado; en la mente se dibujaron las imágenes del día de su boda, ocurrida hace algo más de año y medio. ¡Cuánto la amaba desde aquel día! Fue una boda por demás insólita. Ni ella ni él tenían parientes. Los dos solos, con la sola compañía de dos desconocidos testigos que se encontraron en la calle, habían unido sus vidas y pronunciado los votos matrimoniales al juez de registro civil, jurando amarse y respetarse hasta el día en que la muerte los separe.

Cuán poco conocía la vida familiar de su esposa. Pues él había emigrado de un país vecino, adquiriendo la nacionalidad para casarse. Por su parte, ella mencionaba muy poco sobre sus padres y hermanos. Hoy se daba cuenta de cuán poco conocía a la mujer. ¿Qué importaba ya todo aquello?

El verla abrazando a otro hombre, había acabado con el poco sano juicio que le quedaba. ¡Cuán hermosa se veía mientras dormía! ¿Cuáles serían los sueños de ella en estos precisos instantes? Talvez soñaba con el hombre aquel que pagó con su vida, la osadía de haber participado del juego terrible y pasional del triángulo amoroso. Los ojos del hombre se llenaron de sangre, cual si fueran dos ascuas que chisporrotearan en la hoguera del infierno…

Subió de un salto sobre el camastro, dio vuelta a la mujer y se apoderó del cuello delicado, apretándolo con inusitada furia… Ella abrió sorprendida los ojos espantados, despertando únicamente, para tener conciencia que moría asfixiada. En pocos instantes dejó de luchar y se sumió en los dominios pacíficos de la eternidad de la muerte.

Los garfios de sus dedos aflojaron la presión. Perlado sudor cubría su frente. ¡Estaba hecho! Ahora su esposa y el amante tendrían que reírse de él, en compañía de la sulfurosa presencia del mismísimo Demonio.

Se sentó sobre una silla en frente de su macabra obra, hasta que los primeros rayos del sol se colaban por los ventanales, anunciando la llegada de un nuevo día.

Escuchó el timbre de la puerta de calle. Descendió inseguro a la planta baja con la mirada perdida; ya estando en el extremo de la sala, giró la chapa de la puerta para abrirla.

-¡Buenos días!-. Saludó un oficial de policía que se encontraba con su subalterno.

-Buenos días oficial-. Contestó el dueño de casa, absolutamente sorprendido.

-Deseamos hablar con su señora esposa ¿Tendría usted la gentileza de avisarle que precisamos conversar con ella?

-Eee…ella está todavía descansando-.Tartamudeó el hombre; más no por el miedo de ir a la cárcel, sino por la sorpresa de la gran eficiencia de la policía. Estaba seguro que nadie había visto el asesinato. En cuanto al puñal, que empuñó con enguantada mano, era una baratija adquirida en cualquier mercaducho, del cuál ni siquiera él mismo se acordaba ni nombre, ni lugar dónde se hallaba.

Sin embargo, ya cavilando fríamente, parecía que la policía no venía por él. Puesto que preguntaban por su esposa.

-Es preciso que despierte a su esposa señor-, imperó el uniformado. –Pues resulta que hemos hallado, en las primeras horas de esta mañana, el cadáver de un hombre apuñalado salvajemente en el pecho. Durante el levantamiento legal, pudimos ver su documentación; se trata de una persona que hace muchos años escapó del país, toda vez que cometió un desfalco importante a una empresa bancaria de nuestro medio.

-¿Pero qué demonios tiene que ver aquello con mi esposa?

-Creemos que retornó al país totalmente quebrado; y suponemos además, que estas últimas semanas, su mujer ha estado colaborando económicamente a este individuo. Puesto que el occiso no tenía dinero ni para conseguir posada decente.

Y el policía continuó.

-Anoche seguíamos el vehículo en el que viajaban juntos, este hombre y su esposa; desgraciadamente, el embotellamiento vehicular de la ciudad hizo que los perdiéramos. Usted ya conoce cómo son nuestras calles. Por favor ¿ahora puede llamar a su esposa?-. Requirió nuevamente.

-¿Pero quién es este tipo que usted menciona?

-Su nombre es Federico Málaga Cáceres y como usted se dará cuenta, son los mismos apellidos de soltera de su esposa. Estamos hablando del hermano de ella…

El hombre cayó sentado sobre la acera. Como una marioneta que hubiera sido despojada de pronto de los hilos que la sujetaban, y atinó a decir con temblorosa voz:

-Ella duerme todavía… Ella es una buena
esposa… Ella ya no puede despertar…

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